lunes, 22 de junio de 2009

La sombra del poder: ¡Camarero, una de conspiraciones y periodistas heroicos!

Una película que empieza con un tipo con cara de haber comido ajo cargándose con una pistola con silenciador a un vagabundo y a un repartidor de pizza y que continúa con un periodista investigando el caso sólo puede acabar con un pez gordo de Washington entre rejas. Más si ese periodista es Russell Crowe con melenas a lo piojoso, con un Saab que se cae a cachos y un apartamento más infecto que el más infecto de los kebabs del Raval barcelonés.

Kevin Macdonald, director de la brillante El último rey de Escocia, pudo haber reunido en La sombra del poder a Brad Pitt y a Edward Norton diez años después de El Club de la Lucha, sin embargo los dos desecharon el proyecto y fueron sustituidos por el eterno gladiador y por Ben Affleck. El primero, sin ser un monstruo de la interpretación, un actor que sabe llenar la pantalla y acaba dando siempre un buen rendimiento en cualquier terreno que lo pongas. En cambio, Affleck es uno de los peores actores que hay en Hollywood, y aunque aquí realice uno de los mejores papeles de su carrera (sin contar con el impresionante video I am fucking Ben Affleck del programa de Jimmy Kimmel) no por ello deja de ser lamentable. Su rol es importante pero no excesivamente extenso, o el montador ha tenido a bien recortarlo todo lo posible, por lo que su presencia no es un lastre demasiado pesado para el filme. El resto del reparto está a un buen nivel. Hellen Mirren está soberbia, como siempre, en la piel de una taquicárdica directora de periódico y Jason Bateman borda su papel de relaciones públicas pijeras y forrado en un combo de drogas. Rachel McAdams (sí, niñas, la del Diario de Noa... mujeres...) está justita pero suficiente en un papel que podía haber dado más de si desde el punto de vista del guión, ya que podría haber servido para mostrar la diferencia entre un periodista veterano y forjado en el papel, como el personaje de Crowe, y uno joven de la versión digital. Esta dicotomía periodística se apunta al principio de la película pero acaba por perderse.

Basada en una miniserie de la BBC, la trama gira en torno a una conspiración urdida por las empresas militares privadas destinadas en Irak y Afganistán para acabar controlando toda la maquinaria militar americano. Pero por suerte existe Ben Affleck, un joven congresista que osa hacer frente a las barbaridades de estas compañías mercenarias que convierten las nobles guerras en defensa de la libertad iniciadas por Estados Unidos en un sucio y podrido negocio. Pero la tarea no será fácil y pronto se verá envuelto en una campaña de difamación con varios cadáveres y un poco de sexo extramatrimonial por medio. Sólo contará con la ayuda de un amigo periodista (Crowe) que tendrá que sobrevivir a varios intentos de asesinato y a una directora de diario algo necesitada de sexo para poder sacar a la luz la Verdad (así, con mayúsculas, que mola).

La película tiene como referente innegable el film Todos los hombres del presidente, la reconstrucción de la investigación de los periodistas Woodward y Bernstein que acabaron por destacar el caso Watergate. La sombra del poder es, igual que la película de Alan J. Paluca, una reivindicación del periodismo de investigación que vigila al poder y denuncia sus abusos jugándose incluso la vida. De paso, se aprovecha para repasar el tema de las empresas militares privadas, de moda después de que hayan salido a la luz las animaladas llevadas a cabo por empresas como Blackwater en Irak y en Afganistán. Parece que estas empresas y sus más que dudosas actividades serán algo recurrente en las tramas de hollywoodienses. A Jack Bauer ya le tocó lidiar con estos ejércitos mercenarios en la última temporada de 24 y ahora les ha tocado a Russell “me llamo gladiador” Crowe y a Ben “soy actor aunque no lo parezca” Affleck. No serán los últimos.

Con sus defectos (sí, incluyo a Ben Affleck entre ellos), La sombra del poder es una película sólida, que no toma al espectador por idiota, que engancha y con un ritmo más que conseguido. Es cierto que el giro final no aporta nada más allá de la necesidad del guionista de demostrarse a si mismo lo listo que es y que es capaz de engañar al espectador, pero entretiene con inteligencia y eso, últimamente, ya es bastante, aunque queda la duda de qué podría haber sido la película con dos actorazos como Bratt Pitt y con Edward Norton,

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