No es de mal perdedor, es rastrero. Los jugadores del Inter de Milán estaban celebrando el pase a la final de Champions como cualquier otro equipo, igual que el Barça celebró su victoria en Stamford Bridge y en el Santiago Bernabéu. No hubo ningún tipo de desconsideración a una grada que estaba centrada en aplaudir a su equipo (equipo que por cierto se largó a vestuarios sin el gesto de saludar a una afición que se había volcado con ellos desde una semana antes). En ese momento algún descerebrado de tres al cuarto sin el más mínimo sentido de la decencia, del honor o de la educación tuvo la brillante idea de encender los aspersores. La imagen era patética: un equipo festejando su pase a la final de la Champions y los señores del “més que un club” invitándoles a irse a manguerazo limpio. Ayer el culé podía estar orgulloso del equipo que se había dejado la piel con más o menos acierto, pero debía estar muy decepcionado con el club que había dado una imagen muy distinta a la que pregona con el logo de Unicef.Por si éramos pocos, habló Laporta. A la mañana siguiente, tras haber tenido toda una noche para tranquilizarse, no se le ocurrió decir nada mejor que “después de un partido estás sudado y viene muy bien un poco de agua”. Pido perdón por adelantado por el adjetivo que usaré a continuación: gilipollas. Señor Laporta, usted es gilipollas y de los profundos. Si es inaceptable que alguien encendiera los aspersores, mucho más lo es que el presidente del club disculpe esta actitud con una sandez de estas proporciones, una fabulosa patada en los cojones a la elegancia y el fair play que tanto le gusta pregonar al presidentísimo. Habiendo dejado ya de manera irreparable una imagen repugnante, Laporta debería morderse la lengua –arrancársela mejor- y emitir un comunicado oficial del club pidiendo disculpas al Inter, a la UEFA y a todos los socios azulgranas que se vieron avergonzados por la ocurrencia de un idiota que, fuera quien fuera, debería ser despedido de manera fulminante.

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