miércoles, 20 de mayo de 2009

El fútbol no es un cuento de hadas

En un mundo mercantilizado, en el que muchas de las cosas se mueven única y exclusivamente por dinero y por poder, se hace curioso ver como un negocio que mueve una cantidad absurda de millones de euros como el fútbol tiene una extraña aureola de romanticismo que choca frontalmente con la realidad.

En los últimos días ha habido un par de casos que ejemplifican este marciano sentimiento naif: el caso de Noemí Rubio, la jugadora del Espanyol expedientada después de publicar en Facebook fotos animando al Barça, y las críticas de cierto sector de la afición futbolística, especialmente del Barça, al estilo de juego mostrado por equipos como el Chelsea o el Madrid.

Sobre la primera noticia, empezar diciendo que la chica en cuestión debe ser medio lela (nótese que he dicho “debe ser” y no “es”) mientras que el señor Josep Ramió, encargado del fútbol femenino del Espanyol, es un completo cretino (nótese que he dicho “es” y no “debe ser”). Desde luego lo si eres jugador/a de un equipo, pintarte la cara y desplazarte hasta valencia para animar al máximo rival, aunque sea de otra categoría, no es lo más inteligente que puedes hacer, y después subir la foto a Facebook (donde ya tiene un grupo en su defensa) es de traca. Un buen ejemplo del cuidado que se tiene que tener con las redes sociales si no quieres quedar en evidencia con quien no quieres. Aquí se podría hablar de los inconvenientes de la “carrera por ver quién tiene más amigos” que suele llevar a casi todos los usuarios a aceptar a todo bicho viviente con quien se ha cruzado alguna vez, se podría hablar del peligro de subir fotos de otras personas (y no me refiero a fotos de “ay, se me ve la pata de gallo” sino a fotos que pueden implicar problemas personales serios) pero sería alejarse mucho del tema principal. Por otro lado, es lamentable la reacción del Espanyol, expedientándola y apartándola del equipo. Y encima el señor Ramió se queda tan ancho al decir que “se tiene que adaptar a nuestra sensibilidad”. Habiendo aceptado que la chica no estuvo excesivamente brillante, lo que es inaceptable es que despedir a una jugadora por ser de otro equipo, más que nada porque si todos se pusieran así el fútbol serían tres contra tres en vez de once contra once. Y más si la jugadora en concreto ha demostrado domingo tras domingo su profesionalidad dejándose la piel en el césped, como por lo que tengo entendido es el caso. Además, no se puede decir que Noemí estuviera animando a un rival directo. No sólo estaba apoyando a la sección del sexo opuesto, con la que no compite, sino que además lo hacía en una competición en la que el Espanyol hace tiempo que estaba eliminado. Y seamos francos: el azulgranas y blanquiazules, precisamente competencia directa no son. Es posible que si un día viera a Iniesta celebrar un gol del Madrid me molestara, pero si un día veo a Henry celebrar uno del Arsenal, pues lo encontraría normal. ¿Porqué? Porque además no ser la misma competición, el jugador ha demostrado sobradamente su compromiso en el campo, donde lo tiene que demostrar. Hoy en día todo lo demás son cuentos de hadas. El 99% de los jugadores juega donde mejor les pagan. Los que juegan con la camiseta que sienten son una minoría privilegiada que, además, abría que poner a prueba para ver si no se la cambiarían por un puñado de euros.

El segundo punto venía siendo algo latente desde hace algunos años, se explicitó tras el partido del Madrid en el Camp Nou el pasado diciembre y explotó de manera definitiva tras la semifinal de Champions League frente al Chelsea. Se trata de un extraño menosprecio por parte de unos cuantos a todo aquel fútbol que no es ofensivo de toque y plástico, es decir, de todo aquel que no juega, o intenta jugar, como el Barça. Y esa actitud no se circunscribe exclusivamente a la afición culé, es algo que se ha extendido por todo España llegando a empapar incluso al Real Madrid, que de un tiempo a esta parte, sobre todo desde las ligas de Rijkaard, quiere ser como el Barça (normalmente se ha hablado la madriditis del culé, pero últimamente debería hablarse de la barcelonitis del merengue). Hay que reconocerlo, la segunda vuelta del Madrid, hasta el 2-6, ha sido para quitarse el sombrero. Puede ser que no desplegaran el fútbol más vistoso del planeta, incluso es cierto que su juego era errático y que muchas veces daba la sensación de que no sabían qué querían hacer. Cierto, pero no se puede reducir sus excepcionales resultados en la segunda vuelta a “es que tienen mucha leche” o “es que les ayudan los árbitros”. A base de suerte puedes encadenar cuatro o cinco victorias consecutivas, no diez. Gracias a errores arbitrales (que no es lo mismo que ayudas) puedes ganar siete u ocho partidos en una vuelta, no 17. Lo cierto es que a falta de fútbol y de ideas, el Real Madrid ha sabido competir con fe y ganas. Por suerte el Barça ha tenido la misma fe y las mismas ganas, a parte del mejor fútbol de Europa (con permiso del United), una fe y unas ganas que los azulgranas no tuvieron hace tres años cuando el Madrid de Capello, embrión del actual, ganó la Liga a base de la casta y del coraje, mencionados hasta el vómito. Tres cuartos de lo mismo se puede aplicar al Chelsea de Guss Hiddink. Se ha leído y escuchado por ahí que los ‘blues’ se cerraron atrás, que se limitaron a destruir el juego del Barça y a lanzar balones largos a Drogba a ver si pescaba alguno. Se dijo que “no jugaban a nada”. Falso. ¿Qué iban a hacer? ¿Abrirse? ¿Lanzarse al ataque a lo loco? El último equipo que hizo eso fue el Bayern de Munich y le cayeron cuatro en cuarenta minutos. El Madrid hizo lo mismo en el Bernabéu, renunció a su estilo y atacó al Barça. El resultado es bien conocido por todos. El Chelsea planteó la única eliminatoria que podía jugarle al Barça y, aceptémoslo, lo hizo casi perfecto. Anulo al Barça hasta tal punto que en Stamford Bridge los azulgranas no chutaron ni una sola vez en los 90 minutos. Messi casi no generó peligro, Xavi estaba ahogado y Eto’o a la deriva. El único fallo del Chelsea fue no matar al Barça cuando pudo, y eso en una semifinal de Champions puede ser fatal. Por suerte lo fue. Sin embargo, a pesar de la más bien escasa belleza del fútbol practicado por el Chelsea frente a la refinada gracia azulgrana, de no haber aparecido Iniesta hubieran sido los justos vencedores de la eliminatoria. Ante un equipo tremendamente superior técnicamente, los de Hiddink supieron maximizar sus virtudes y minimizar las del rival. No lo hicieron de una manera muy artística, pero en el fútbol gana el que marca un gol más que el otro, y no el que lo marca más bonito.

Sería precioso un fútbol en el que todos los jugadores llevaran en el corazón el mismo escudo que la camiseta ¿verdad? Sería precioso un fútbol en el que todos los equipos se lanzaran al ataque y practicaran un juego de virtuosismo ¿verdad? Despertad. Esto es un negocio. Esto es una competición. No un cuento de hadas.

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